martes, 27 de febrero de 2007

Tres Fotos

Fences


El grito


Después del fuego


Fotos: M.L.C.

miércoles, 21 de febrero de 2007

EN EL CENTANRIO DEL NACIMIENTO DE W.H. AUDEN



" Él fue estupido, como nosotros. algunos dicen que también apestoso. Hubo mucho de deplorable en su comportamiento, como su alcoholismo, su actitud dominante y mucho que criticar sobre su vida, sobre todo su migración a los Estados Unidos, en 1939, mientras su nación ( Inglaterra) estaba en el desamparol. En política, la izquierda de su generación siempre lamentó su renuncia a su pasado comprometido, mientras sus contemporáneos de derecah siempre deploraron su Homosexualismo y su desertación de su país. Aún así Wystan Hugh Auden se mantiene como el poeta más grande de Inglatera del siglo XX'

The Guaedian Ulimited



Paren todos los relojes, corten los teléfonos.

W. H. Auden

Paren todos los relojes, corten los teléfonos,
Con un jugoso hueso prevengan a los perros de ladrar.
Silencien los pianos y oon un tambor mudo
Saquen el ataud, dejen que lleguen los dolientes.

Dejen a los aviones que circulen suspirando arriba
Garabateándo en el cielo el mensaje de que él ha muerto,
Pongan moños de crepé en los pescuezos de las palomas públicas.
Dejen al agente de tránsito usar guantes de algodón negro.

Él era mi Norte, mi Sur, mi Este y mi Oeste,
Mi semana de trabajo y mi Domingo de asueto,
Mi mediodía, mi medianoche, mi habla, mi canción;
Pensé que el amor duraría para siempre: Estaba equivocado.

Las estrellas no son deseadas ahora: apagenlas todas;
Empaquen la luna y desmanteln el sol;
Vacíen el oceáno y barran las maderas
Porque nada ya traerá nada bueno.

Versión: M.L.C.

martes, 20 de febrero de 2007

La reverberación de la ceniza


“La reverberación de la ceniza” de Mario Licón Cabrera.

Texto de presentación
José Juan Cantúa

Las palabras incendios; los ojos, ceniza.

1. La retórica entre clavos, mambos y abismos.
El poemario “La reverberación de la ceniza” de Mario Licón Cabrera es un libro tan cercano que uno termina mimetizándose con él, desde él, pero en general eso sucede con aquellos libros que nos sorprenden a la vuelta de la página con un rostro conocido: el nuestro, el elusivo, aquel que no se atreve a mirarnos de frente por algo que nada tiene que ver con el complejo de culpa sino con el complejo de ser.
Cierta vez me atreví a hundir un clavo en la frente de la poesía; lo hice con suma delicadeza, golpe tras golpe, para después asomarme por esa hendidura y escudriñar la galaxia de las palabras, el origen de la Babel poética, pero del otro lado me sorprendió un ojo idéntico al mío, allí… hubo una pausa de siglos, por supuesto, y no tuve más remedio que redactar algunas reflexiones acerca de esa travesía inmóvil que después aparecería en el muy comentado programa Poetic Travel & Adventure.
De esas reflexiones, me permito citar la número 7, que a la letra dice “Toda frase define una actitud. Cada hombre es una sarta de frases. Cada sarta de frases son fragmentos que recomponen un mundo parecido a éste, nunca idéntico. La cuestión es cómo el lenguaje en su afán de desvestir al mundo se equivoca siempre… o casi”. Al ritmo de esa elucubración, surgió la número 8: “La poesía es el lenguaje de lo perdido, de lo extraviado, de lo que transcurrió ardiendo cual una vela en el fondo de un río transparente: corriente de aguas envenenadas de tiempo, fatales para los labios de la malicia (leer poesía es virtud ingenua; escribirla, virtud despiadada)”.
Hasta aquí las reflexiones que redacté tal como se apunta en una de ellas, con una virtud despiadada y a las cuales enumeré como si fueran mambos para recordarlas fácilmente: la número cuatro, la número siete, la número nueve, etcétera, parafraseando a uno de los poetas latinoamericanos más enigmáticos, Pérez Prado, uno de cuyos minipoemas es un ejemplo de síntesis y revelación, y dice así “Caballo negro, tú tienes la cola blanca” y se repite ad infinitum “Caballo negro, tú tienes la cola blanca”, en fin, un mantra para levitar en la pradera inconmensurable que deseáramos fuera acaso la vida, ésta que respiramos mientras una palabra se disuelve en la boca, quizás es la fruta de un árbol que nunca conoceremos, la deseada piel inconfesable, un delgado hilo de sangre que siempre ha estado allí, manando, no sabremos dónde, pero siempre allí o un pedazo de panal bajo un lluvia de septiembre, cualquier cosa es una palabra disolviéndose en la boca, bajo la lengua su dulzura ingrata.
Todo esto se los cuento así nomás porque cierta vez me atreví a hundir un clavo en la frente de la poesía y desde entonces mi destino fue sostenerme de ese clavo –de hielo como el infierno-, de otro modo caería al abismo de la hipérbole, la gruta de la metonimia, la casa de los espejos de las metáforas desnudas, en fin, material suficiente para un reality show de poetas de verso terso.
Una noche tuve la certeza de que el clavo era un artilugio para despistados, de que había que soltarse y caer hasta el fondo para reconciliarnos con el silencio y ahí encontrar la palabra; el poema entonces era el descenso hasta el fondo.
En una de esas caídas libres conocí a Mario Licón Cabrera.

2. Caídas libres, visiones y recorridos.
Mario Licón Cabrera venía de paso en una de sus magistrales caídas libres desde California hasta Aztlán.
Allá en Berkeley, sus poemas eran fotografías, montajes inverosímiles. Gravitaba alrededor del quehacer: un collage, por ejemplo, con fotos de Marcel Duchamp, grabados antiguos de una foca y algunos versos de Ezra Pound. Aprendí de él que la trasgresión de los iconos era transgredirlos a su vez para transformarlos y hacerlos propios ¿dónde cabría la irreverencia a la irreverencia?
La visión era un carrusel, el mundo era el que daba vueltas y oscilaba de arriba abajo: su cámara era ese carrusel magnífico.
Las conversaciones de aquella su comunidad en California con Marcuse, por ejemplo, la palmada de Mario en la espalda del filósofo con la expresión “¡Quiúbole, pinchi ruco alivianado!” y la sonrisa de Herbert Marcuse con la ceja ladeada o las interminables botellas de vino con Julio Córtazar reconstruyendo Rayuela como una casa de naipes, en el periodo en que Cortázar era maestro visitante.
Pasó por aquí, como muchas otras veces, a principios de los ochenta con Murielle, su compañera de entonces, de origen belga, dorada hasta la planta de los pies, español aceptable, avanzado su embarazo; pues bien, Mario mostró una serie de fotos de Murielle desnuda recostada en una poltrona, en una azotea de Tepoztlán. Las imágenes rebosaban un erotismo tan fino como el filo de una navaja, una mujer desnuda encinta, qué lente de terciopelo, siempre en blanco y negro.
En ese periodo, 1982, publicó sus primeros textos, poemas breves agrupados bajo el título de “divagagavadi”, con collage y fotos en alto contraste, de su autoría y el apoyo de la Editorial Inéditos del Grupo Acequia, A. C. Intuición, trasgresión, equilibrio y concepto. Las ediciones artesanales pueden ser más exigentes que las comerciales.
Después llegaron textos, collage, fotos, para los proyectos que estuviéramos desarrollando, especialmente para la revista “lavidaloca” bajo la dirección de Raúl Acevedo, quien arrebató el título de un graffiti de una pared de Tijuana. En “lavidaloca”, Mario Licón publicó sus primeros textos en prosa y continuaron llegando vía correo no electrónico para nuestro asombro: reseñas, entrevistas, traducciones. Desde diversas partes del mundo. Aparece entonces en la escena nacional y colabora en el suplemento de la Jornada Semanal, revista Tierra Adentro, Letras Libres, Alforja, etcétera. Así que de pronto el Mario Licón se nos convirtió en escritor y nosotros aquí, maldiciendo el verano mientras raspábamos las rejillas del cúler.
Mario mismo es desde hace tiempo un icono. Durante el periodo del movimiento estudiantil del 73, es aprehendido, como muchos jóvenes, acusado de “mafufo y revoltoso”, Enguerrando Tapia dixit. En aquel entonces, Mario pertenecía al grupo “Germen” que contaba con su propia revista: el primer indicio de la contracultura. Pues bien, existe una foto donde aparece saliendo de una celda junto a una joven y su rostro está vuelto hacia la cámara, casi de frente, pelo largo y barba hirsuta, nuestro Bob Marley. Esa foto aparece en el libro “Días de Fuego” de Rubén Duarte Rodríguez. No es sólo el parecido, como se dijera en un comercial, sino la actitud: Bob Marley contra el imperialismo, nuestro Bob Marley del bulevar, aquel que retó al juez a forjar un cigarrillo para así forjar la percepción del mundo. ¿Quieren más? Les recomiendo la solapa del autor.
La reverberación de la ceniza es ese fuego sereno, un ascua que arde con un leve recuerdo de la llama. Los poemas de Mario Licón Cabrera son ascuas repartidas por el mundo y transcurren de Vallejo a Cioran, de José de Jesús Sampredo a Allen Ginsberg. Sus textos son románticos posmodernos, rimados de jazz, impregnados de humo azul de París o del sereno en los matorrales del cerro de la campana en octubre en el Hermosillo desierto, un viernes como éste. Mario Licón Cabrera está hoy en Sydney, Australia, pero sus poemas están encendidos por todos los continentes.

José Juan Cantúa

viernes, 16 de febrero de 2007

NINA HOLE




Arde la casa de los ángeles adoradores del fuego-fuga



Qué pecho de qué guerreo trataron de atravezar estas flechas?

miércoles, 7 de febrero de 2007

JUAN GELMAN



El pato salvaje
A Jorge Boccanera

En medio de su olvido ocurre
la grandeza del mundo en la
fuga del pato salvaje.
Y cómo vuela la criatura, cómo
escribe trecho a trecho fuego
en la forma invisible
que apuesta contra sí.
Eso es volar y los espacios
de lo que triste era, rocan
un todo pequeñito.
Ave pájaro que
cruzás el cielo como una ilusión
de lo que fue no sido
bajo el sol que no hace preguntas.


La extranjera

La extranjera no sabe
que mi sangre es su casa, que
todo pájaro suyo
sólo ahí puede cantar y abrir
alas de su verano y se abalanza,
alcanza, lanza, alza
como una sed de mundo
que no se puede apagar.
El pájaro encendido cuida
los huecos de la pérdida como
joyas perdidas sin remedio.
Canta allí, loco de luz, no renuncia
a mis monstruos, valiente.
La hora de los dioses
junta los pies
de ese camino.


Líneas

La parálisis del duelo no
sale a la calle. Dura
una eternidad hacia adelante,
hacia atrás. La
dulce noche que
es una línea del paisaje
indescrifrable canta. El tiempo
trecho a trecho, ¿es demasiado en
esta isla de fuego
que no se quiere apagar?
La miro como
si no estuviera ahí, pensando
en qué piensa, arrastrada
hacia el sur, como un pedazo del
sueño que pregunta por qué
su lengua es un verano solo
en lo que va a venir.


Oceános

En el océano del vacío
hay nombres, nombres, nombres.
En el océano de lo perdido,
hay nombres.
¿Quién responde
a este chorro de alma
que los llama? Un oleaje
de nombres, nombres, nombres
¿Qué los separa de la grande muerte?
Nombres.

lunes, 5 de febrero de 2007

Consideraciones

José Gutiérrez Román

I

Contra nosotros mismos los agravios
que cometimos.
La arrogancia que vistió nuestros actos
nos es devuelta en desamor, angustia, tormento.
Nada que nos diga que alguna vez
tuvimos los mapas del tesoro.

II

Quien nos enseñó a vivir
también nos presentó a la muerte.
Quien nos rescató del olvido
hizo de nosotros un fantasma a su antojo.
Nada tenemos que reprocharnos.
No fuimos ni mejores ni peores:
acaso desleales e ingratos
con quien nos dio su amor,
tal vez generosos con quien jamás nos quiso.

José Gutiérrez Román: Burgos, 1977. Autor del poemario Horarios de ausencia (Valladolid, 2001). Premio Letras Jóvenes de Castilla y León en los años 2000 y 2004. Colaborador de las revistas Luzdegás, Calamar, Fábula y El Extramundi.

domingo, 4 de febrero de 2007

José Juan Cantúa

AQUELLOS QUE CREEN CONOCERLO TODO

1
(aquellos que creen conocerlo todo
no deberán internarse jamás
en las oficinas del régimen)

…la mujer de los aretes incandescentes
redacta memorandos en un lenguaje extraño,
para ella misma incomprensible.
Sus labios musitan una melodía subyugante
que derrama en zonas determinadas de la habitación
a intervalos regulares.
Cuando ella distrae su atención
(una milésima de segundo)
y observa cualquier objeto
este no puede ser más puro.
La mujer de los aretes incandescentes
luce un pelaje corto, suave y brillante
(suave y brillante).
Sus ojos son el límite:
nada más allá es desconocido
(una luz reverbera en la cima oscura).
Cuando ella sonríe
sus caninos son el doble filo de la aurora
(los primeros aletazos).
La mujer de los aretes incandescentes
se oculta en la región de la eficiencia
desde donde traspasa sin misericordia
los ojos de los servidores públicos…

(aquellos que creen conocerlo todo
no deberán internarse jamás
en las oficinas del régimen)

2
En un corto plazo coyuntural
terminé cultivando estadísticas para ti,
semilla oscura,
hombro de mármol, muslo amargo.
En tu jardín de fraguas multicolores,
selva de catálogos Avon,
eres mujer de pelo largo
tatuada en los portafolios oscuros
¿Por qué no atiendes mis gemidos,
memorandos sedientos, trámites ciegos,
–con la frente partida por la mitad
como los titulares de los diarios?

El café no sabe igual.
Las teclas hunden pausadamente
mi escritorio
como un estuche negro de violonchelo:
golpe tras golpe tras golpe tras.

Quizás alguna vez
tú también recordarás,
sobreseída diosa jubilada,
mis archivados labios,
el sello por triplicado de mi tacto
insobornable
y mi lengua
eternamente tú-
ya
traspa-
pelada.


FUI CAYENDO

Fui cayendo
destrozando para siempre el arco iris, las cúpulas
de Pénjamo
los cables telefónicos
dibujando no sé qué
con el rastro de humo desde mis alas rotas
fui cayendo
sin ninguna música de fondo
tropezando a raudales
sin siquiera mirar pa’rriba
sonriendo mi última sonrisa
en aquel vértigo de papalote flechado
por la profecía
fui cayendo
para consternación inaudita
de las aves de rapiña
pronosticando un ascenso
en el producto interno bruto
las caricias de mi hijo
mi mujer
hasta romper el fondo de los fondos
más allá de la fosa
como cualquier depredador en peligro de extinción
inconsolable
fui cayendo
insurrecto
destrozando para siempre el arco iris, las cúpulas
de Pénjamo
el aire que respira el mundo
para nunca gritar
basta
fui

"Animaldifícil" o el Minotauro nostálgico en la barra



José Juan Cantúa

Texto de presentación del libro "Animaldifícil", número 8 de la colección de Poesía Sonorense Contemporánea, Mora-Cantúa Editores.

Uno

Las palabras andan en boca de todos, palabras promiscuas y sin embargo inalcanzables, hacen lo que quieren con el deseo ajeno, resbalan de mis labios como hojas del árbol de las preguntas; otras, rencorosas, arden detrás de la frente como signos de maldición en un cráneo antiguo. Las palabras, herramientas extrañas que cada día inventan el instante de cada instante en el que nombran las cosas. La palabra ancla, por ejemplo, se hunde por su propio peso hasta el fondo del mar de la tranquilidad, la palabra pájaro se deshace a la mitad del cielo por un manotazo del otoño, la palabra cristal cae de nuestras manos y se rompe como la vida misma, toda nuestra vida cuidándola celosamente como a la niña de los ojos y en el temblor de un poema la palabra cristal se nos cae para siempre y de pronto es añicos, astillas, ceniza de estrellas. El poeta sabe que irremediablemente deberá recoger esos pedazos, como una penitencia humillante, con la lengua.
En boca de cualquiera, las palabras que el poeta extrae con unos alfileres de humo, una a una hasta el último murmullo, ese que alguien pronunció en un sueño que nunca puede recordar: el mismo espejismo cada noche para el mismo olvido de cada día. Pero el poema es un puñal afilado en la piedra negra de la memoria, un tajo en la frente del inconciente colectivo, caracol de sangre. Qué oficio imposible el del poeta: bosquejar verso a verso una gota de sangre en la pupila nuestra de cada día. La poesía es implacable o no es, dogma del incrédulo, la más honda desnudez en la primitiva posición fetal. El primer balbuceo es el poema original y, después, en cada verso aprendemos a hablar de nuevo.
De pronto, en el lugar menos pensado o pensado menos, la retórica nos cae del cielo y se ajusta a nosotros como un par de alas de mármol, perfectas como una luna artificial, pero imposible volar con ellas; en todo caso, pueden servir como atributo de lápida. En la jaula de la retórica los pájaros son los más hermosos, pájaros de piedra marina, de aire nocturno, de fuego quieto, pero imposibles para el canto. La retórica pudiera ser, por decirlo retóricamente, una araña que teje y desteje la palabrería del mundo en el paladar del poeta hasta que sucede el poema, los versos resplandecen como gotas de rocío y retomamos el aliento y la sombra de las cosas y la piel del amante es una hoja virgen y escribimos en ella como condenados a muerte, poeta desahuciado, un poema sin pecado concebido.

Dos

Una tarde de julio, un miércoles tal vez un sábado, la palabrería era una daga de cristal en mi garganta y se ocultaba en la sombra oscura de la tarde, dagosa de tan sombría: el riesgo era perecer en el huevo de la serpiente, la incapacidad de no romper el cascarón con la palabra libertad, así que decidí arrojarme de mi trasatlántico de tres ruedas al océano bermejo de la tarde y la marea de mis venas me arrojó a la barra de una cantina de adobe. Acostumbrado a estos ejercicios de retórica poética me senté en la barra como si ahí hubiera nacido hasta que percibí el rumor cálido de una voz que murmuraba las leyendas de las lápidas que ya no recordaba. Sorprendido, descubrí hacia mi costado, también acodado sobre la barra, a un minotauro nostálgico, animal difícil, si los hay. Con un gesto –ese otro truco- hice varias preguntas al cantinero. Me dijo en un susurro: “Es una bestamarga”, con un dejo de resignación. “¿Y su laberinto en dónde, en Grecia, en cuál isla?” –inquirí. “Aquí cerca, en la San Benito –respondió-, ahí se pierde por una o dos semanas y en cuanto escapa se viene derechito para acá”, “¡Ah! –exclamé en el colmo de mi sagacidad. “Es poeta confeso –deslizó arqueando las cejas como si dijera algo que escapaba a su comprensión-, creo que el mejor del mundo, pero, sobre todo, siempre paga, nunca pide fiado”. Lo demás fue beberse el mundo desde la altura de la espuma hasta la garganta inescrutable del abismo y los lugares comunes: Jaime Sabines, Octavio Paz, Alfonso Reyes, Efraín Huerta, por ejemplo. De ahí salí hasta que la barra se me transformó en un laberinto mientras el minotauro hablaba impertérrito desde un púlpito, que nunca supe de dónde surgió, de Huidobro y Cortázar, de Pellicer y Revueltas, de Borges y de Borges otra vez, mientras fumaba, uno tras otro, cigarrillos Benson & Hedges mentolados. “¡Eso es estilo, mi Minos!”, dije nomás por decir algo y entonces el Minotauro-Bestiaamarga-Animaldifícil exclamó “¡Por supuesto que sí! -mientras me miraba como a un acólito torpe. ¡Primero muerto antes que perder el estilo… y eso lo acabamos de decir Óscar Wilde y yo!”. Después de eso sólo me quedó el recurso de “¡Bajan, bajan!”. Salí de ahí directo a mi trasatlántico sólo para percatarme de que en cada esquina me esperaba un iceberg.
Olvidé mi nombre entonces, pero se me grabó para siempre el del poeta: Julio Ernesto Tánori.

Tres

En el poemario “Animaldifícil”, los animales son máscaras necesarias para el ritual que preside Julio Ernesto. El libro es una piedra de sacrificios. Así las palabras deshacen los párpados del poeta frente al espejo. La otredad es el reflejo que también observa pasmada, desbordada de fascinación y hastío. Aquel otro, el prisionero del azogue, nos mira fijamente desde el cristal como a través de un féretro. Inevitablemente somos el otro y el mismo con la sencillez del guante que desnuda la mano, como dijera Neruda. Como las palabras, somos nómadas de nosotros mismos.

Los gatos de la noche... (pág. 28)

Los gatos de la noche me arañan los ojos.

Para renacer en mí
tengo que reconocerme en otro
piedra que a la luz será estrella
estrella como piedra.

Seré palabra
minuto
donde arrancarme
el papalote-sueño
para ahogar la botella
de este vivir.

De los insomnios blindados
disparo sueños no soñados
agrias naranjas donde acidar la noche
féretros para esconder la luna
y rascarme las pupilas
incitando al alba.


La sal de la sangre es la misma que hincha las venas del otro en el suicidio de cada día. Este inevitable somos para dejar de ser, despertar en los ojos del otro.


Tengo reflejos de polvo… (pág. 31)

Tengo reflejos de polvo
para adornarte
sueño inundado
de imágenes quebradas
luz litoral
nostalgias
y fiebres

rosa horizontal
de insomnios

Después de todo
el agua desbocada
es la madura paloma de la desventuranza
donde el océano es el muro azul del agua
y el cielo un espejo ahogado

es decir
se necesita ser el argonauta
que en perfil de cuchillos
es parpadeo de luz
invalidez de memoria
para volverme transparente

despertándome.



El poeta Julio Ernesto Tánori cambia de piel de un capitulo a otro, pero su voz es impecable, es una sola piedra arrojada al estanque de su poesía reunida: sus círculos concéntricos expanden los primeros petroglifos hasta hacer de su escritura un panal de abejas fosforescentes; además, siempre rebasan los límites del insomnio del poeta.


Todo está por volver al polvo... (pág. 112)

Todo está por volver al polvo
y la casa está por caer
–fantasma de gastados huesos–
que de la puerta sólo queda entreabierto
el hueco
el grito de una garganta blasfema
y el filo de la navaja de Dios.

Como en todo derrumbe
la impaciencia de los cimientos cedió
la desesperanza a la piedra
introvertido cuchillo
que los hiere por dentro
haciéndolos temblar.

Más robusta que el tiempo
la piedra florece en su propio excremento
–resentido polvo
humedad colérica–
del pasto de la memoria
en que se muere hasta el fruto del agua como si
estuviera seco.

El polvo
entonces
cuelga de las más pesadas vigas de la casa
espía cocinas y puertas
y de pared a pared en su misma acrobacia
en la jaula perenne de mi bestiamarga.

Que tanto muro se pudra nos da una luz opaca
de ventarrón de agosto
y julio triturado
en su casa fantasma de polvo y agua amasada.

Agosto 23 de 1981


Poemas hay que son como piezas de ajedrez, inverosímiles en el tablero de los días. Borges asoma su perfil detrás de un alfil y una leyenda grabada por el poeta Tánori en un costado, advierte: “Dios es un pobre diablo”. Sigiloso, el poeta mueve sus piezas de página a página, demiurgo de su propio extravío y de su propia búsqueda, sólo para encontrarse siempre y tropezarnos con él de frente. Creímos que el poeta era como el minotauro en el laberinto ¡vaya que nos equivocamos!, el lector es un minotauro de tantos, único en su extravío, el poema es el laberinto de cada día, el que delinea el poeta y le coloca “semáforos para que pasen los muertos”. Somos, pues, minotauros nostálgicos, bestiasamargas, animalesdifíciles. Como el poeta, indocumentados de nosotros mismos, cruzamos la raya, alzamos los brazos al cielo como magueyes y acto seguido nos derrumbarnos en la mitad de la noche y morimos, simplemente.
El otro poeta Vicente Huidobro afirma: “Los verdaderos poemas son incendios”. Mientras leo y releo “Animaldifícil”, ya cautivo de su voz de sirena lisiada, el brillo del fuego se refleja en mis pupilas y me enciende para siempre.

J. J. Cantúa, marzo de 2006
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domingo, agosto 13, 2006
La voz de los muertos es dulce

La voz de los muertos es dulce
(escucho a Violeta Parra Janis
Elis Regina).
La ciencia lo ha demostrado
mediante destrezas sutiles
que los muertos desdeñan.
La voz de los muertos
habita el mediodía de invierno.
La voz de los muertos
es una sola fresa
madura.
Yo no sé qué pensarán ellos
ahora,
qué armonía tejen
en la espiral temblorosa del tiempo.
Pero ¡qué va! ellos se redimen
solitos,
a pesar del dogma y los decibeles,
a pesar de los remaches del féretro.
Ahora
ellos emanan azahares
y me habitan
como un aleteo de colibrí
y su voz es un péndulo afilado
que roza mi corazón distraído.

La voz de los muertos es dulce
(escucho a Violeta Parra Janis
Elis Regina).

Animaldifícil

Victor Hugo Barrera

Ya desde La otredad del amor Julio Ernesto Tánori evidenciaba su devoción por la palabra, pero no por la palabra definitiva, final, sino por esa misma que juega en el título de su opus poético: ambigua, inasible, en el abismo. Como la otra edad del amor. En esos primeros años de creación para el poeta las palabras tenían un gusto a despedidas de baratas flores de papel, ansiaba ser palabra y minuto, sus personajes poéticos escupían palabras masticadas/histéricas palabras de la desesperanza.

Años antes de escribir para borrarse, amenazaba con callar y detenerse en el abismo de la palabra, rogándole, exigiéndole, a la poesía, derecho de asilo para sus poemas, poemas que estallaban en sus ojos.

Poeta duro, granítico, genuino, conoce el rigor de la palabra sí, la quemadura que provoca la calidez de la palabra lumbre, y descubre que la palabra en sí misma es, por dentro, un cubo de espejos, que toda palabra es otra, que se va, que nace.

Animaldifícil (Mora-Cantúa Editores) es un libro, sí, pero también es muchos libros: tres si contamos La otredad del amor y La Bestiamarga, cuatro o cinco si así lo deseamos o así nos lo dicta su lectura y relectura.

La obra de Julio Ernesto reniega de la mediocridad; apela al sentimiento y al amor, sí, a veces, pero exige también atención, empatía, para descubrir que en sus páginas hay erudición y música de fondo, hormigueo y escozor, todo provocado por su pluma quintaesencialmente poética.

Y para los que preguntan para qué demonios sirve el ejercicio poético, valga este libro para que los hunda más en su desasosiego. Porque el poeta Julio Ernesto no ofrece soluciones, ni rápidas ni fáciles, él busca la verdad sin importar que sea real o falsa. Y he aquí otra constante en su trabajo poético: evolución y búsqueda, búsqueda y evolución. El poeta continúa en la búsqueda de la palabra. ¿Temeroso?: No: Seguro.
Y maldito y culto. ¡Culto maldito! dicen sus detractores.

Alejado por convicción de toda capilla literaria, ensimismado en la creación, en su búsqueda, Julio Ernesto nos regala versos para observar más negro el negro y más rojo el rojo. En las páginas de Animaldifícil hay tristeza y abandono, enjundia, serenidad y trabajo, mucho trabajo, poemas ambivalentes, categóricos y de categoría. Poemas como cuchillos, dagosos, mortales, ligeros y fuertes, cadenciosos como la mar, golpeadores como las olas, luminosos y oscuros. ¿Versos nacidos bajo el influjo del miedo?

Pero estos versos, desquiciados y potentes, bien podrían aliviar epilépticos o convertirse en agua de lluvia, en mezcal o tequila, en ardiente cuerpo de mujer, en música metálica, en polvo, en sollozos, en alas de buitre, en rayos de luna, en vistosos ropajes, en vuelo de pájaro o espumeante cerveza…

Dice Ricardo Reis que dice Álvaro de Campos que “la poesía es una prosa donde el ritmo es artificial. De Campos considera a la poesía como una prosa que se reviste de música, de ahí el artificio. Yo, sin embargo –ahora es Ricardo Reis quien habla-, diría que la poesía es una música que se hace con ideas, en lugar de con emociones. Con emociones haréis sólo música”. La poesía de Julio Ernesto Tánori, y esto lo creo firmemente, está hecha con música, ideas y emociones.

Animaldifícil es la banda sonora para la noche de un día difícil. Es un animal, difícil, sí, para sacarlo a pasear en días de guardar, en noches de luna llena y de excesos bestiales (¿amargos?). Los versos de este animal son para leerse frente a los restos de un incendio. Para gritarlos en voz muy alta y que así tus vecinos escuchen a través de las paredes. Versos para rescatar náufragos, convertir a ingenuos y convencer escépticos. Que los hay.

Hace algunos años me encontré en la barra de una cantina a Mario Licón Cabrera (el poeta exiliado en Australia) y a Julio Ernesto Tánori. Al verlos me acerqué a ellos y sentencié: vaya, dos mitos en el mismo lugar, y Julio de inmediato aclaró: “Un momento, Mario es un mito, Yo soy una leyenda”. Siempre provocador.

Como prueba de su evolución, Julio ya no es el mejor poeta del mundo y dos cuadras más allá. Ahora es el Mejor Poeta del Universo y tres cuadras más allá. Siempre provocador. Como su poesía.

James Joyce


En el 125 aniverdario del natalicio del autor de Dublinenses, Exilados, Retrato del artista aolecente, Finegaswake, Ulises.