jueves, 29 de marzo de 2007

El Rito


Alejandro Aguilar Zelle7


... y dice así:

En casa de Ri, mataron a To, llegó Mon y dijo Tes
¿Quién es?

Rito Montes

El Rito del tambor y la matraca
el Rito del rostro pintado de blanco
el Rito del paño rojo anudado en la cabeza
el Rito de los cigarros sin filtro y una soda
el Rito que nos acompañara en las andanzas
por los cerros
buscando antiguas pinturas en las rocas
el Rito que decía: "pongamos un papel grandote,
para copear las pinturas y que los niños las aprendan"
El Rito que levantaba su mano frente a todos
y señalaba a los tramposos
a los que le querían robar sus bosques a los pimas

El Rito que no iba a sacar la fiesta,
si el Padre David no le conseguía una esposa
- ¿Cómo la quieres Rito, bonita o fea?
- No importa Padre, nomás que sepa hacer tortillas.

El Rito que subieron a la troca todo borracho
y que luego se les cayó por el camino
para quedarse muerto ahí y para siempre.

El Rito fue el capitán de la fiesta el año pasado
Gerónimo y yo estuvimos entre sus fariseos.

Lúchalo, lúchalo Rito, decía la gente
y Rito luchaba y luchaba y todos se reían de él.

La Bibi, una pequeña amiga nuestra
me recibió hace unos días con esa adivinanza
En casa de Ri, mataron a To, llegó Mon y dijo Tes,
así supe de la muerte del Rito,
pero supe entonces también que es inmortal
y que el Rito siempre debe seguir viviendo
en nuestros corazones, mi sangre.

Bajo los vientos de febrero...

martes, 27 de marzo de 2007

martes, 20 de marzo de 2007

Violento desalojo

Violento desalojo del plantón de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, APPO, por parte del gobierno del Distrito Federal

El domingo 18 de marzo, el gobierno del Distrito Federal desalojó el plantón “Resistencia y Dignidad de los Pueblos de Oaxaca 14 DE JUNIO”, que la APPO mantenía desde el mes de octubre de 2006 a las afueras del Senado de la República.
A las 23.45 horas, aproximadamente, 400 elementos del Cuerpo de Granaderos, al mando de Jesús Romero y José García Ochoa, subsecretarios de gobierno, acordonaron la Plaza Manuel Tolsá del Centro Histórico, mientras unos cien agentes vestidos de civil provistos de armas blanca agredían e insultaban a los aproximadamente 60 integrantes del plantón, en gran parte mujeres y niños indígenas pertenecientes a la etnia triqui. Nadie opuso resistencia, sin embargo, muchos fueron golpeados al intentar salvar sus pertenencias.
Acto seguido, empleados de la Delegación Cuauthémoc se llevaron en camiones de volteos equipos de computo, bocinas, artesanía, obras de arte del maestro Nicéforo Urbieta, y de la exposición colectiva “Diálogos de Corazones”, e incluso dinero recolectado en la campaña “Un kilómetro de pesos” a fin de juntar los 6 millones de pesos necesarios para liquidar las fianzas de las 56 personas que aún permanecen en prisión.
Según la maestra Carmen López Vázquez, locutora de radio y perseguida política del gobierno de Oaxaca, el desalojo no fue precedido por ninguna negociación, exhorto o advertencia previa. La golpiza se prolongó hasta las 3.30 de la mañana cuando los policías volvieron a desalojar a los plantonistas que se habían reagrupado en las inmediaciones del Correo Central, esquina con el eje central Lázaro Cárdenas.
El saldo es de cinco lesionados entre los que se encuentra Gustavo Sosa, hermano de Eric y Flavio, activistas recluidos en penales de alta seguridad y Emiliana Sánchez Bautista, consejal triqui de la APPO. Ambos presentaron denuncia ante el ministerio público.
Sólo hasta bien entrada la mañana del lunes se presentó un visitador de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal quien dio fe de los hechos. Por la noche la zona todavía permanecía cerrada al tráfico vehicular y peatonal.
Según Efraín Galicia, activista de los derechos humanos e integrante del Frente de Mexicanos en el Exterior, con este desalojo el jefe de gobierno Marcelo Ebrardt optó por una alianza con el gobierno de Calderón y con el magnate de las telecomunicaciones, Carlos Slim dueño de la cadena de restaurantes Sanborn’s, uno de cuyos establecimiento se encuentra a un lado del plantón.
Es muy grave, abundó, que un gobernante que se dice de izquierda coarte la libertad de manifestación y haga uso de grupos de choque de corte paramilitar de la misma manera que lo hacen el PRI y el PAN.
La pregunta ahora es cuál será la reacción del PRD, de la Convención Nacional Democrática que sesiona en los próximos días y del gobierno “legitimo” que encabeza Andrés Manuel López Obrador.
Mientras tanto, el mandato del Consejo Estatal de la APPO reunido de emergencia en la Ciudad de Oaxaca es mantener vivo y con mayor fuerza numérica el plantón para continuar exigiendo ante en Senado de la República la desaparición de poderes en Oaxaca y la libertad de los presos políticos, así como los cambios profundos en la vida económica, política y social de la entidad.

Claudiio Albertani, Ciudad de México 19 de marzo

miércoles, 7 de marzo de 2007

La terrífica historia de un ojo morado



Rodrigo Moya*

Tal vez Gabriel García Márquez sea el más popular de los mortales, porque es asombrosa la cantidad de gente que en una reunión o fiesta cualquiera se refiere al escritor como ''el Gabo", como si lo conociera de toda la vida o fueran primos hermanos del premio Nobel. Algunos hasta hablan de él como ''el Gabito", pero en más de una ocasión he descubierto a ciencia cierta que dicha familiaridad es ficticia, y que quienes lo tratan con tal confianza quizás lo han leído de cabo a rabo, pero nuca han cruzado una palabra con él.

Mi madre, Alicia Moreno de Moya, sí que podía referirse a Gabriel García Márquez y a Mercedes Barcha, su esposa, como amigos muy cercanos, y referirse a él como mi Gabito o Gabo de mi alma, y a Mercedes como Meche linda, o mijita linda, y en medio de cualquier diálogo soltar un ¡eh Ave María!, o unos más contundentes carajos y varios pendejos, que a veces eran de cariño, y a veces simplemente una especie de sustantivo o calificativo de difusas connotaciones.

Y es que Alicia era una colombiana de Medellín, una antioqueña de pura cepa, una auténtica paisa, como la definía el propio García Márquez. El y Mercedes la querían como una de los mejores representantes de la colombianidad en México, por allá a principios de los años 60 del siglo pasado, cuando lo conocí en aquella casa de mi madre que era una especie de embajada paralela de Colombia en México, cuando la oficial estaba ocupada por los militares de la dictadura en turno.

En alguna de aquellas fiestas de intelectuales y artistas de destinos aún inciertos, el tal Gabo no me cayó muy bien que digamos. En plena reunión él se tendió en uno de los largos sofás, la cabeza apoyada en el brazo acodado, y desde esa posición como de marajá aburrido sostenía escuetos diálogos, o emitía juicios contundentes o frases entre ingeniosas y sarcásticas. Estaban aún lejos Cien años de soledad y el premio Nobel, pero el paisano de mi madre se comportaba ya con una seguridad y cierta arrogancia intelectual que no a todos agradaba. Poco después leí La hojarasca, y luego Relato de un náufrago, y El coronel no tiene quien le escriba, y todo lo que escribiría a lo largo de los siguientes casi 50 años, y entendí entonces porqué aquel tipo de bigote y gestos como de fastidio y pocas pero contundentes palabras como de frases célebres, podía recostarse en el sofá en medio de una ruidosa tertulia y decir lo que le viniera en gana.

Por aquellas tertulias en la casa materna fue que tuve cercanía amistosa con García Márquez, con Mercedes y sus hijos adolescentes, Rodrigo y Gonzalo. Yo sí tenía el derecho de llamarlo Gabo, pero nunca llegué a llamarlo Gabito, pues de alguna manera lo he visto como un gigante al que no le van los diminutivos. Siendo fotógrafo y amigo, no le pedí alguna vez que posara para mí, y cuantas veces los visité en su casa fue sin la cámara en el hombro. Ahora tal vez me arrepiento.

Por eso, fue natural que el 29 de noviembre de 1966 el Gabo apareciera por mi apartamento en los Edificios Condesa para que le tomara algunas fotografías para ilustrar la solapa o la contraportada del libro que había terminado después de dos años de trabajo, y estaba ya en manos de los editores. Llegó acompañado de nuestro mutuo amigo Guillermo Angulo, quien había sido mi maestro, pero en esos años trabajaba como cónsul de Colombia en Estados Unidos. El saco que había escogido Gabo para aquella sesión era despampanante, y estuve tentado de sugerirle mejor una foto en camisa arremangada o prestarle una de mis chamarras, pero usaba la prenda con tal naturalidad que adiviné que la amaba y así las fotos se hicieron a su manera. La foto era para Cien años de soledad, cuya edición se preparaba en Buenos Aires. Pero nadie sabía, quizás ni él mismo, lo que ese título significaría en la historia de la literatura.

Casi 10 años después, el 14 de febrero de 1976, Gabriel García Márquez volvió a tocar el timbre de mi casa, ya por distintos rumbos, en la colonia Nápoles, para que le tomara otras fotografías. Esa vez lo notable no era el saco de cuadritos, sino el tremendo hematoma en el ojo izquierdo y una herida en la nariz, causada por el puñetazo que dos días antes le había propinado su colega y hasta ese momento gran amigo Mario Vargas Llosa.

El Gabo quería una constancia de aquella agresión, y yo era el fotógrafo amigo y de confianza para perpetuarla. Claro que pregunté azorado qué había pasado, y claro también que Gabo fue evasivo y atribuyó la agresión a las diferencias que ya eran insalvables en la medida que el autor de La guerra del fin del mundo se sumaba a ritmo acelerado al pensamiento de derecha, mientras que el escritor que 10 años después recibiría el premio Nobel, seguía fiel a las causas de la izquierda. Su esposa Mercedes Barcha, quien lo acompañaba en aquella ocasión luciendo enormes lentes ahumados, como si fuera ella quien hubiera sufrido el derechazo, fue menos lacónica y comentó con enojo la brutal agresión, y la describió a grandes rasgos: En una exhibición privada de cine, García Márquez se encontró poco antes del inicio del filme con el escritor peruano. Se dirigió a él con los brazos abierto para el abrazo. ¡Mario...! Fue lo único que alcanzó a decir al saludarlo, porque Vargas Llosa lo recibió con un golpe seco que lo tiró sobre la alfombra con el rostro bañado en sangre. Con una fuerte hemorragia, el ojo cerrado y en estado de shock, Mercedes y amigos del Gabo lo condujeron a su casa en el Pedregal. Se trataba de evitar cualquier escándalo, y el internamiento hospitalario no habría pasado desapercibido. Mercedes me describió el tratamiento de bisteces sobre el ojo, que le había aplicado toda la noche a su vapuleado esposo para absorber la hemorragia. Es que Mario es un celoso estúpido, repitió Mercedes varias veces cuando la sesión fotográfica había devenido charla o chisme.

Según los comentarios que recuerdo de aquella mañana, mientras ambas parejas vivían en París los García Márquez habían tratado de mediar los disturbios conyugales entre Vargas Llosa y su esposa Patricia, acogiendo sus confidencias. Como suele suceder, los consejos o comentarios de la pareja colombiana rebotaron hacia Vargas Llosa cuando éste volvió al redil y se reconcilió con su esposa. Y lo que sea que se hubiese dicho o sucedido, el caso es que el peruano se sentía gravemente ofendido, y su furia la resolvió de aquella manera expedita y salvaje. Guarda las fotos y mándame unas copias, me dijo el Gabo antes de irse. Las guardé 30 años, y ahora que él cumple 80 años, y 40 la primera edición de Cien años de soledad, considero correcta la publicación de este comentario sobre el terrífico encuentro entre dos grandes escritores, uno de izquierda, y otro de contundentes derechazos.

* Rodrigo Moya nació en Colombia en 1935 y se naturalizó mexicano. Es uno de los fotógrafos más importantes en la historia contemporánea. Entre su trabajo destaca la documentación de los movimientos guerrilleros, incluido un libro con material hasta aquel entonces inédito de fotografías del Che Guevara, y su colaboración con Salvador Novo en trabajos de crónica urbana

martes, 6 de marzo de 2007

Yuxta(O)positions*


Mario Licón Cabrera

I Hear/Read

I hear
Parrots
crying aloud
I imagine
their bright
colours amid
the branches
shinning under
the morning
sun.
I read
about a
young Mexican
bricklayer
who jumped
from the 6th floor
for no having
enough money
to help
his brothers
& mother.


Círculo de tiza


Éste desorden es mi orden.
Tratando de encontrar la puerta te encuentro.

Justo a tiempo –antes que mis delirios
aumenten el sentimiento de tu ausencia.

Pero no siempre es de ésta manera,
lo más del tiempo encuentro el vacío;

luego un tipo de señlales que
cubiertas con vidrios rotos & polvo

me guian hacia un callejón solitaro
donde aspiro la menta después de la lluvia & corro

de regreso a casa otra vez & cierro
esa puerta donde te encuentro.


Slammy Lee’s ballad

There he goes
Slammy Lee
all over the house
slaming doors
his the toilet &
the exit one
bang-bang-bang!

And if early in the morinig
you hear a burly clap-clip-clop!
don’t you ever think
that is a horse
is just Slammy Lee
smashing the poor timber floor

Then late at night
while Slammy Lee
answers the phone
he goes all over his room
slamming with his voice
the poor night’s walls.

foto: Karin Hauser




*This project has been assisted by the Australian Government through the Australia Council, its principal arts funding and advisory body.

jueves, 1 de marzo de 2007

JULIO CORTÁZAR, ALTERMUNDISTA



Algunas reflexiones sobre su pensamiento social

Carlos Véjar Pérez-Rubio

En un trabajo que tituló "Algunos aspectos del cuento", publicado
primero en el núm. 60 de la revista Casa de las Américas (julio 1970)
y posteriormente en el libro Literatura y Arte Nuevo en Cuba , Julio
Cortázar expresa algunas ideas centrales del pensamiento social que
desarrollará consistentemente a lo largo de su fecunda vida. Hablando
de la Cuba revolucionaria, dice por ejemplo: "Es aquí donde me
gustaría aplicar concretamente lo que he dicho en un terreno más
abstracto. El entusiasmo y la buena voluntad no bastan por sí solos,
como tampoco basta el oficio de escritor por sí solo para escribir
los cuentos que fijen literariamente (es decir, en la admiración
colectiva, en la memoria de un pueblo) la grandeza de esta Revolución
en marcha. Aquí, más que en ninguna otra parte, se requiere hoy una
fusión total de estas dos fuerzas, la del hombre plenamente
comprometido con su realidad nacional y mundial, y la del escritor
lúcidamente seguro de su oficio. En ese sentido no hay engaño
posible. Por más veterano, por más experto que sea un cuentista, si
le falta una motivación entrañable, si sus cuentos no nacen de una
profunda vivencia, su obra no irá más allá del mero ejercicio
estético. Pero lo contrario será aún peor, porque de nada valen el
fervor, la voluntad de comunicar un mensaje, si se carece de los
instrumentos expresivos, estilísticos, que hacen posible esta
comunicación. En este momento estamos tocando el punto crucial de la
cuestión. Yo creo, y lo digo después de haber pesado largamente todos
los elementos que entran en juego, que escribir para una revolución,
que escribir dentro de una revolución, que escribir
revolucionariamente, no significa, como creen muchos, escribir
obligadamente acerca de la revolución misma. Por mi parte, creo que
el escritor revolucionario es aquel en quien se fusionan
indisolublemente la conciencia de su libre compromiso individual y
colectivo, con esa otra soberana libertad cultural que confiere el
pleno dominio de su oficio. Si ese escritor, responsable y lúcido,
decide escribir literatura fantástica, o psicológica, o vuelta hacia
el pasado, su acto es un acto de libertad dentro de la revolución, y
por eso es también un acto revolucionario aunque sus cuentos no se
ocupen de las formas individuales o colectivas que adopta la
revolución. Contrariamente al estrecho criterio de muchos que
confunden literatura con pedagogía, literatura con enseñanza,
literatura con adoctrinamiento ideológico, un escritor revolucionario
tiene todo el derecho de dirigirse a un lector mucho más complejo,
mucho más exigente en materia espiritual de lo que imaginan los
escritores y los críticos improvisados por las circunstancias y
convencidos de que su mundo personal es el único mundo existente, de
que las preocupaciones del momento son las únicas preocupaciones
válidas. [...] Y pensemos que a un escritor no se le juzga solamente
por el tema de sus cuentos o sus novelas, sino por su presencia viva
en el seno de la colectividad, por el hecho de que el compromiso
total de su persona es una garantía indesmentible de la verdad y de
la necesidad de su obra, por más ajena que ésta pueda aparecer a las
circunstancias del momento. Esta obra no es ajena a la revolución
porque no sea accesible a todo el mundo. Al contrario, prueba que
existe un vasto sector de lectores potenciales que, en un cierto
sentido, están mucho más separados que el escritor de las metas
finales de la revolución, de esas metas de cultura, de libertad, de
pleno goce de la condición humana que los cubanos se han fijado para
admiración de todos los que los aman y los comprenden. Cuanto más
alto apunten los escritores que han nacido para eso, más altas serán
las metas finales del pueblo al que pertenecen."
Julio Cortázar había nacido en Bruselas, de padres
argentinos, el 26 de agosto de 1914, justo cuando recién iniciaba la
Primera Guerra Mundial. En 1918, al terminar la contienda, regresa
con sus padres a la Argentina y se instalan en Banfield (provincia de
Buenos Aires), donde transcurre su infancia, animada por lecturas de
Julio Verne (en La vuelta al día en ochenta mundos le rendirá un
lúdico homenaje) y El tesoro de la juventud, entre tantos otros
libros indispensables para los niños de la época. Al término del
bachillerato, se decide por la docencia y cursa las carreras del
Magisterio y de Letras. Muy joven fue maestro rural en las pequeñas
poblaciones de la provincia de Buenos Aires, Bolívar y Chivilcoy, en
donde lee ávidamente, escribe en algunas revistas literarias y
aprovecha para perfeccionar el conocimiento de los idiomas, que lo
llevará a obtener el título de Traductor Público Nacional, oficio que
le dará de comer años después en París, como traductor de la UNESCO.
Luego de esa estancia en la pampa se instala en Mendoza, al pie de la
cordillera de los Andes, en donde puede enseñar al fin lo que le
gusta, literatura, y aprovecha para ampliar sus relaciones sociales,
cultivar una rica correspondencia y depurar radicalmente su estilo de
escribir. Poco tiempo después, en 1945, hay una intervención fascista
en la Universidad de Cuyo que lo obliga a renunciar y regresar a
Buenos Aires, en donde trabaja como gerente de la Cámara del Libro
hasta 1949.
De ese periodo de su vida, que duró siete años, dice el mismo
Cortázar: "Entre los años del 37 y el 44, viví completamente aislado
y solitario. Resolví ese problema, si se puede llamar resolverlo,
gracias a una cuestión de temperamento. Siempre fui muy metido para
dentro. Vivía en pequeñas ciudades donde había muy poca gente
interesante, prácticamente nadie. Me pasaba el día en mi habitación
del hotel o en la pensión donde vivía, leyendo y estudiando. Eso me
fue útil y al mismo tiempo peligroso. Fue útil en la medida en que
devoré millares de libros. Toda la información libresca que puedo
tener la fundé en esos años. También escribí bastante, aunque
publicaba muy poco. Fue una época peligrosa en el sentido de que me
quitó una buena dosis de experiencia de vida y hasta de vitalidad."
Clavada la mirada allende el Atlántico, decidido a ampliar sus
horizontes y emprender la gran aventura de su vida, se va a París en
1951 con una beca de corta duración, a cuyo término, y después de
intentar algunos oficios pintorescos, consigue trabajo como traductor
en la UNESCO. Esto le permite radicarse permanentemente en la capital
francesa, de la que sólo hará en adelante visitas esporádicas a la
Argentina. Ese mismo año de su partida deja publicado en Buenos Aires
su primer libro de relatos, Bestiario, en el que ya se encuentran
maduros los atributos de su oficio literario.
El París de posguerra con que se encuentra, y en el que se sumergirá
hasta lo más profundo, está marcado por la austeridad económica y la
tensión política y social propias de un país que había visto
destrozadas muchas de sus estructuras morales y productivas por el
conflicto bélico. Un país que, no bien terminada la Segunda Guerra
Mundial, se veía involucrado en una cruenta lucha por mantener
intacto su imperio de ultramar ante las amenazas del proceso de
descolonización desatado por los pueblos nativos. La guerra de
Indochina está en la boca de todos y hace discutir apasionadamente en
los diarios y en los cafés del Barrio Latino y Montparnasse a la
intelectualidad de la época, que emerge desconcertada de los años
negros sin encontrar todavía el camino de la luz. Es el París
cosmopolita de siempre, claro, pero ahora sumido en el debate del
existencialismo y los temores de la guerra fría y la amenaza atómica.
Y de la debacle: la derrota del colonialismo francés comienza en 1954
en Dien-bien-phu y termina en 1958 en Argel, lo que propiciará el
regreso al poder del general Charles de Gaulle. El París del jazz de
Charlie Parker y de los cantos melancólicos de Yves Montand y
Juliette Greco.
Inmerso todo el tiempo que le queda libre de sus responsabilidades
con la UNESCO en la creación literaria, y luego de un segundo libro
de relatos Las armas secretas (1959), Cortázar publica en 1960 su
primera novela, Los premios, una obra maestra que contiene ya las
claves originales de su mundo intelectual, fantástico y poético. En
ella revela su capacidad de subversión con respecto a la definición
de la realidad en la que está inmerso, de la que alguna vez
escribe: "La auténtica realidad es mucho más que «el contexto socio-
histórico y político», la realidad soy yo y setecientos millones de
chinos, un dentista peruano y toda la población latinoamericana,
Óscar Collazos y Australia, es decir el hombre y los hombres, cada
hombre y todos los hombres, el hombre agonista, el hombre en la
espiral histórica, el hombre sapiens y el hombre faber y el hombre
ludens, el erotismo y la responsabilidad social, el trabajo fecundo y
el ocio fecundo; y por eso una literatura que merezca su nombre es
aquella que incide en el hombre desde todos los ángulos (y no por
pertenecer al tercer mundo solamente o principalmente en el ángulo
sociopolítico), que lo exalta, lo incita, lo cambia, lo justifica, lo
saca de sus casillas, lo hace más realidad, más hombre, como Homero
hizo más reales, es decir, más hombres, a los griegos, y como Martí y
Vallejo y Borges hicieron más reales, es decir más hombres, a los
latinoamericanos."
"Toda esta realidad en vísperas de manifestarse escribe Carlos
Fuentes era la realidad revolucionaria de Cortázar. Sus posturas
políticas y su arte poético se configuran en una convicción y ésta es
que la imaginación, el arte, la forma estética, son revolucionarias,
destruyen las convenciones muertas, nos enseñan a mirar, pensar o
sentir de nuevo".
Al momento del triunfo de los revolucionarios cubanos y la
caída de Batista, el 1° de enero de 1959, Julio Cortázar es ya un
hombre de 45 años, aunque para quienes lo conocieron en esa época
aparentaba ser mucho menor, tanto en el aspecto físico como en el
carácter y la manera de ser. En 1962 viaja por primera vez a Cuba,
como jurado del Premio Casa de las Américas, en donde conocerá de
cerca el proceso revolucionario, experiencia que lo marcará
profundamente y que lo llevará a escribir años después: "Cuba ha sido
un camino de Damasco sin conflicto visible, pues veo ahora que andaba
hace tiempo a mi manera por ese camino". ¿La conversión? En cierto
sentido sí, aunque no se partía de cero. La sensibilidad, la
capacidad de percepción, la sólida cultura adquirida a pulso, los
diferentes escenarios en que se desarrollaba su existencia, le
permitían comprender cabalmente la problemática social de su tiempo,
aun cuando estuviera inmerso en la literatura (o quizás por ello
mismo). Y tomar partido.
Ese mismo año de 1962, su pensamiento social queda plasmado
juguetonamente en su nuevo libro, Historias de cronopios y de famas,
escrito según él "para luchar contra el pragmatismo y la horrible
tendencia a la consecución de fines útiles". Un manual de ética
disfrazada por el humor y la ternura en el que se caracteriza-
caricaturiza ingeniosamente a la sociedad contemporánea, que pronto
se convertirá en un mito de la literatura latinoamericana. "Cuando
los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal
manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y
ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los
bolsillos y hasta la cuenta de los días... Cuando un cronopio canta,
las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden
mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados"
Y es que en el mundo de Cortázar, el juego tiene un papel
fundamental. Un juego de paradojas y de ironías. La actividad lúdica
le sirve a los personajes de sus obras para escapar a la inseguridad,
al temor ante un mundo absurdo e incomprensible en el que los
peligros acechan a la vuelta de la esquina, y para burlarse de ellos
y de la solemnidad con que suelen ser tratados. Y junto a la noción
del juego, está presente también en sus creaciones la de la libertad,
como en Rayuela un juego de niños, por cierto, la más ambiciosa de
sus obras, contranovela de lectura variable y de indudable carácter
autobiográfico que se publicará un año después, en 1963, y que
representa para la prosa española lo que el Ulises de Joyce para la
inglesa. En ella Cortázar identifica su sentido de la condición del
hombre con su sentido de la condición del artista y denuncia
exasperadamente la inautenticidad de la vida humana en ese mundo que
le ha tocado vivir. Dice Oliveira, el personaje central y alter-ego
del autor: "El problema está en aprender su unidad (la de la vida)
sin ser un héroe, sin ser un santo, sin ser un criminal, sin ser un
campeón de box, sin ser un prohombre, sin ser un pastor. Aprehender
la unidad en plena pluralidad, que la unidad fuera como el vértice de
un torbellino y no la sedimentación de matecito lavado y frío."
Hasta finales de los años sesenta, Cortázar escribirá cinco libros
más, entre los que destaca 62 Modelo para armar surgido de la
interminable propuesta de Rayuela, en el que toca los límites de lo
narrativo y advierte de inicio que "no serán pocos los lectores que
advertirán aquí diversas transgresiones a la convención literaria".
Libro que la crítica recibe desconcertada, sin saber por donde
agarrar ese clavo ardiente que el autor argentino pone en sus manos.
La pobreza y la desigualdad social, los contrastes tercermundistas,
las miserias morales y materiales del subdesarrollo, le horrorizan
para entonces cada vez más. De ello habla en una carta que le escribe
a su amigo Julio Silva desde Nueva Delhi, fechada el 20 de febrero de
1968: "Sí señor; por mi boca habla la India (...) Hay momentos en que
se tiene la impresión de que no queda ninguna esperanza. Basta
caminar una hora por la vieja Delhi, mezclado con una muchedumbre
miserable y maravillosamente bella al mismo tiempo, y sentirte
asediado por nubes de niños tan parecidos a los tuyos, a todos los
niños del mundo, sólo que enfermos y flacos y golpeándose el estómago
con una mano mientras te tienden la otra con la frase que es como el
leit motiv de todo el oriente: limosna, señor, limosna. Por ejemplo,
un artículo que acabo de leer prueba que el precio de un hotel de
primera clase por una habitación, equivale, diariamente, a la suma
con la que seiscientas familias indias podrían alimentarse también
diariamente. A nosotros nos dan noventa rupias de per diem, es decir,
que recibimos diariamente para vivir una suma mayor de lo que gana un
barrendero por mes, y así sucesivamente. Te señalo de paso que la
mayoría de los traductores encuentran que noventa rupias diarias no
alcanzan para nada. Y han protestado ya varias veces. En casa de
Octavio Paz hay cinco criados: desde el vallet hasta el barrendero, y
es una de las casas de residentes extranjeros donde hay menos
criados, pues se habla de otras donde hay veinte [...] Todo eso es
parte del horror, y me mancha el viaje, la vida y el aire."
Podemos advertir en las líneas anteriores de qué manera impacta la
realidad social de ese tercer mundo hambriento, degradado y
miserable, a sus sentimientos y a sus pensamientos, haciéndolo asumir
posiciones políticas cada vez más comprometidas. Un tercer mundo que
se agita y organiza, encontrando respuestas solidarias y
contestatarias en el corazón de los mismos centros de poder. Son los
tiempos de la descolonización en África, en Asia y en América, de las
cruentas luchas de liberación en Argel y en Vietnam, en Angola, en
Kenya, en el Congo y Mozambique, por citar sólo unos cuantos países.
Y de la búsqueda desesperada de alternativas para construir un mundo
mejor.
El año de 1968 tendrá un hondo significado en la vida de Cortázar. Es
el año del incidente prefabricado del golfo de Tonkin y la escalada
brutal de la guerra de Vietnam por las fuerzas estadounidenses, que
lo llevará a integrar el Tribunal Russell junto a Jean Paul Sartre y
otros intelectuales comprometidos, para juzgar los crímenes de guerra
del imperio. El año de los movimientos estudiantiles en el mundo,
detonados por la Revolución de Mayo en París, con la que Julio se
solidarizará repartiendo panfletos y discutiendo ideas como un
estudiante libertario más. El año del poder negro, Stokely
Carmichael, Ángela Davies, Martin Luther King, los cantos de Joan
Baez en la Universidad de Berkeley, en donde enseña Marcuse, y la
matanza de estudiantes mexicanos el 2 de octubre en Tlatelolco. El
año de la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas y sus
aliados del Pacto de Varsovia. "Teníamos todas las respuestas, pero
nos cambiaron las preguntas", decía el graffiti en un muro del Barrio
Latino.
Mario Vargas Llosa, su compañero de trabajo y aventuras en el París
de aquel entonces, atribuye un cambio extraordinario en Cortázar
debido al Mayo francés del 68, un cambio debido más a la ética que a
la ideología, a la que siempre fue un tanto alérgico. "Se le vio
entonces, en esos días tumultuosos, en las barricadas de París,
repartiendo hojas volanderas de su invención, y confundido con los
estudiantes que querían llevar «la imaginación al poder». Tenía
cincuenta y cuatro años. Los dieciséis que le faltaba vivir sería el
escritor comprometido con el socialismo, el defensor de Cuba y
Nicaragua, el firmante de manifiestos y el habitué de congresos
revolucionarios que fue hasta su muerte".
En 1970, Julio Cortázar viaja a Chile para asistir a la toma
de posesión de Salvador Allende, que inaugura la vía democrática
hacia el socialismo. Todo es esperanza en aquel momento histórico
para América Latina. El canto de Violeta Parra y Víctor Jara resuena
jubiloso en las alamedas de Santiago. Tres años después, el derrumbe,
la debacle, el retroceso de la rueda de la historia. Cuando el golpe
de estado del general Augusto Pinochet acaba con el gobierno de la
Unidad Popular y con la vida del Presidente, el 11 de septiembre de
1973, Cortázar pasa a ser uno de los más activos denunciantes de la
trágica situación chilena. Son los tiempos de la represión, el miedo
y las oleadas de exiliados.
Poco después, al instaurarse la dictadura militar en su propia
patria, a mediados de los años setenta, escribe desolado desde París
las siguientes palabras: "La Argentina está cerrada para mí, sine
die, y por primera vez en mi vida me siento exiliado y me duele.
Antes vivía aquí porque me daba la gana, pero ahora, si los franceses
se obstinan en negarme la doble nacionalidad y los gorilas de allá
no me renuevan el pasaporte, andá a saber en qué circuito me tocará
ingresar. No tiene otra importancia que la personal, claro, pero hace
diez años hubiera sido totalmente impensable."
Aunque no era estrictamente la primera vez que se sentía así. En una
carta que le había enviado en 1967 a Roberto Fernández Retamar, en
respuesta a una encuesta sobre la "Situación del intelectual
latinoamericano", Cortázar se revelaba como un escritor en "auto-
exilio", que tiene que defender su compromiso con las luchas
políticas latinoamericanas frente a la propia ausencia de su país. En
esa misma carta, que reprodujo posteriormente en Último round,
muestra la comprensión que tenía ya de la complejidad de su tarea
como escritor y la responsabilidad social que ella demandaba: "No
creo como pude creerlo en otro tiempo que la literatura de mera
creación imaginativa baste para sentir que me he cumplido como
escritor, puesto que mi noción de esa literatura ha cambiado y
contiene en sí el conflicto entre la realización individual como la
entendía el humanismo y la realización colectiva como la entiende el
socialismo, conflicto que alcanza su expresión más desgarradora en el
Marat Sade de Peter Weiss. Jamás escribiré expresamente para nadie,
minorías o mayorías, y la repercusión que tengan mis libros será
siempre un fenómeno accesorio y ajeno a mi tarea; y sin embargo hoy
sé que escribo para, que hay intencionalidad que apunta a esa
esperanza de un lector en el que reside ya la semilla del hombre
futuro".
Es indudable la deuda que Cortázar tiene con el surrealismo, que él
mismo proclama en diversas ocasiones. En 1949, por ejemplo, escribe
en la revista Realidad: "El vasto experimento surrealista me parece
la más alta empresa del hombre contemporáneo como previsión y
tentativa de un humanismo integrado. A su vez, la actitud surrealista
(que tiende a la liquidación de géneros y especies) tiñe toda
creación de carácter verbal y plástico, incorporándola a su
movimiento de afirmación irracional." Habrá que recordar además que
el epígrafe de Rayuela es el fragmento de una carta a André Breton,
aquel que dijo que "para los surrealistas el hombre es un soñador
definitivo". Y no cabe duda que también exploró en los vericuetos del
existencialismo Kierkegaard, Sartre, Simone de Beauvoir, Albert
Camus..., cuyas tesis hacían furor en los cafés del Boulevard de
Saint Germain en los años cincuenta, para encontrar su camino. Son
los temas de la angustia y la desolación tan vigentes en la Europa de
posguerra, que él abordará con su visión de hombre del Cono Sur. Los
últimos versos de su poema Negro el 10, dicen: "Empieza por no ser.
Por ser no. El Caos es negro./ Como es negra la nada."
Según el escritor y crítico literario argentino Saúl Yurkievich, uno
de sus amigos más cercanos, con quien compartiera en París tiempos
buenos y malos, es en su última novela, Libro de Manuel, publicada en
Buenos Aires en 1973 y con la que obtuvo en Francia el Premio Medicis
en 1974, en donde el pensamiento social de Cortázar se plasma sin
embargo de manera más clara y convincente. Dice Yurkievich: "Por
primera vez, en Libro de Manuel, Cortázar busca la convergencia del
compromiso político y la escritura libérrima. Mediante una textura
multiforme, hiperactiva, intenta mancomunar la chispa, lo ocurrente y
lo erótico con lo histórico, lo ético y lo ideológico directamente
explicitados. El divertimento alterna con la documentación, la
fantasía con el alegato, la quimera con el aleccionamiento. El Libro
de Manuel consigna una realidad latinoamericana pesada, oprimente,
represiva, imperiosa: subdesarrollo, colonialismo, gorilato,
movimientos de liberación, rebelión juvenil, guerrilla, todo
transcripto y testimoniado literalmente. La macrorrealidad colectiva,
la grávida (como la represión militar con tortura sistemática de alta
tecnología) se entrama inextricablemente con la intrarrealidad
subjetiva (vicisitudes íntimas, ilusiones, alienación, nudos,
fantasmas, sombras, locuras, desmesuras). La escritura suele ser
rapsódica y el arranque es un sueño [...] Cortázar marca con este
libro la peculiar, la poco ortodoxa tesitura de su compromiso
político. A la vez, la gravitación de nuestra injusta y apremiante
historia colectiva lo obligará a reconsiderar los socialismos reales.
Y tratará de aceptar las coacciones de la realpolitik, el
constreñimiento del mundo pragmático. Adecuará su inveterado
inconformismo al cerco de las condiciones empobrecedoras, al
sojuzgamiento y la expoliación de nuestras sociedades. Y militará a
favor de las tentativas de cambio, pero tratando de desprejuiciarlas,
de desentumecerlas, de infundirles amplitud imaginativa e inspiración
utópica."
Julio Cortázar. El gran cronopio. Intelectual militante de la
modernidad latinoamericana y universal desde las trincheras de la
literatura. Escritor lúdico comprometido con la realidad social y sus
agudas contradicciones y sus vertiginosas transformaciones. Creador
situado ética, estética y políticamente en posiciones de vanguardia.
Hombre que buscó siempre la verdad. Julio Cortázar, altermundista.

Ciudad de México, febrero de 2005

Gilmar Muñoz

UN CUARTO


De un cuarto la cama, la lámpara, el armário, la mesa de noche, el libro de leer, están allí. El cuadro en la pared, cosas por doquier, las cortinas y el cancel, desde hace tiempo allí también.
En tiempo de ocio, la puerta cerrada, la ventana abierta y el jardín afuera.
El frescor y el rumor de la calle; un pedazo de cielo, y el cielo raso. Adentro el espejo, desnuda de espalda a la luz – a media luz – el reflejo y su timidez. Yo a un lado por allí, y el cancel.
Ropa sucia, sandalias, y un cojín. Tirado el cojín es un pasquín, un figurín. Desde el baño, el sándalo en vapor, y la toalla, salen de su cuerpo de trasluz. La toalla en la cabeza es un nudo, y es por donde se enreda su voz – se esconde diría yo. Lo invisible, lo cubierto de pelos, el nudo, y la toalla, van hacia el espejo. El espejo es un vapor que la esconde, o un reflejo que la ignora. Detrás del cancel todo oscurece y desaparece, es aparte de la luz, y de los ojos. El cancel aparte por allí.
La cama al lado del cancel cabe en la esquina. Mullida cama de franjas blancas, y el cojín; cuando la toalla y lo invisible surgen en mitad de la luna y de la media noche, que en forma de sueño caminan y se apresuran.
Desnuda la mano agarrada del cancel, en trasluz se toca. Se anuda el enredo de apariciones por donde sale. Parece que viniera de la calle por el olor a lluvia y pasos de charcos, pero sale del baño en vapores de sándalo, y la toalla; olor a jabón, aceites, y aromas vespertinos. Lugares lejanos, lugares de ayer por donde resbalan sus grietas de agua…
Hay humedad por aquí también en la esquina cerca del balcón, donde cabe la cama al lado del cancel. El frescor por la ventana es de gotas, de brizna. De nubes su condición, su anunciación de viento-travieso desordena todo por donde cuelgan sus hilos locos sin sujetarse.
Ella ¬¬– que de lo invisible es presa – tirita de alguna forma cuando por el espejo veo que se seca y se sacude toda. Se desliza el aceite que se derrite en la piel. Su piel derretida en vapores y olores que se esparcen. Su cuerpo, que es un cuarto de espejismos, resbala y divide en dos la acción del atardecer ya oscuro. Tragaluz del silencio que se aleja y en secreto sus ojos lo adoptan y lo moran. Nocturno de rededores oblicuos que en su espalda performa manías y danzas de inmersión, por la manera en que cae al acoplo. Que al pasar por el cancel y el espejo, se dobla a la mitad. Agachada, acurrucada tocando necia el rededor antes de la cama.
Ya no hay luz, no media luz por donde quiere pasar. Es de lo invisible su lugar otra vez, lo cual en forma de dueño la dominan y la llevan hacia la noche entera, como antes o ayer repitiendo su juego de estaciones. Su ir y venir de precauciones: salir de la cama por la luz, y regresar con la noche cada día. Compañía y cuarto de dos habitaciones, el atardecer hundido, y la luz que por ella sus ojos moran. Aun cuando dormir prefiere – no por el sueño que en secreto la deforma – pero por la manera en que el espejo resbala los colores que la noche evapora.



MUERTA LLEVA ALLÍ UNA MUERTE LA PALOMA GRÍS


Naquele instante em que o dia cai
E o sol finge brilhar pra noite
Todos esos passaros
Buscam un canto pra sonhar
E todo desejo e maior.
Djavan



Muerta lleva allí una muerte la paloma gris, que en torno a su suerte quien sabe como pudo ser dominada. ¡Oh, figura de la soledad cromática que despoja sus plumas como fiebre!

El espanto ocurre como sombra abrasando lo moribundo, la muerte sola. La esquina del abandono, donde una piedra apoderada del espacio aleatorio, es mano y obra de quien estiliza como pieza inacabada un precio que no aparece; ni tampoco merece.

Pero sólo entonces recobra vida, por última vez el dorso de su cuerpo emplumado. Por esa tarde en que se amontonan escaparates de luces apagadas. Lucenicas cenizas del fin del día, diapasado – ahora de ovales negros su cuerpo doblado.

Para asombro del mundo en que palpita el milagro de las alturas: cae bruna la incisión imaginada, la separación de lo exangüe; y del alejamiento, el olvido de lo aborrecido…

La otra vez al voltear al escombro, al zaguán desbaratado, otras palomas alborotadas se amontonaban.





TAMBOR


Teniendo la ronda su vicio, su oval junto a la ranura, y por ella la redoma:
Desaparece la coyuntura en que está la dirección contraria.
La unión contrastada, la ruptura del elemento domador.
Desaparece la parábola desgarrada, que por pertrecho o simple simulador,
suponía un arco su lanzador.

La ruta guisa del impostor, prisa la manía en particular;
sosteniendo a ese paso en vilo el redoble,
y por el mazo de un péndulo o marcador, una ambigua línea infinita…



DEJARLOS QUE MIREN


¡Dejarlos que miren, que miren! Repetía la seductora de las ansias previstas por ojos apiñados en balcones y lunetas. Lecheros angustiados de bocas entreabiertas, sacudiendo sus necedades como manos ligeras. Padeciendo de lascivia y alboroto su proximidad.

Miradas abiertas en esa postura expuesta, imaginando contornos de piel deseada los de poca tez al empalago. Breve, el insomnio de un sueño detenido por el paso de un tiempo absorto y frugal.

¡Que miren, dejarlos que miren! Y la luz rompiendo tenue, la esfera azul que se volvía línea rayada. Las piernas alargadas – itálicas figuras del enredo – y que desnudas se volvían, de entre bastidores y el calor de las charolas, la única toma.

El dorso de su mano avanzando blanca hacia el medio. Una obsesión, que lleva a la flexible cintura, ajustarse inquieta por donde se sabe, por donde habría de sangrar la luz en un contrapunto que desmejora la piel.

Todos hacia ella, con el pensamiento de una tarde inolvidable. La tarde en que se sueña de Holanda un nombre. Sola y bella, con el tiempo dividido por un sin numero de empalmes que cicatrizaron compañías tristes e infelices. Al final, todos compartían la misma importancia al ser preguntados.

Desde los balcones y lunetas hacia donde ella estaba, bajo la esfera azul en que se veía inclinada, haciéndose tenue en esas miradas tiesas; las bocas entreabiertas que no han de negar.



OCASIÓN

A la sombra de un sueño descolorido
se ha dormido la tibia tarde.
No obstante y aunque desvanecido,
– su sol sugerido – vuelve como antes,
hacia otra parte, su luz que demora.

Sueño que es pieza de cuarto
Boca de un solo sopor
Tremor de lánguidos infartos.
La tenue luz, su cierre de flor.