jueves, 1 de marzo de 2007

Gilmar Muñoz

UN CUARTO


De un cuarto la cama, la lámpara, el armário, la mesa de noche, el libro de leer, están allí. El cuadro en la pared, cosas por doquier, las cortinas y el cancel, desde hace tiempo allí también.
En tiempo de ocio, la puerta cerrada, la ventana abierta y el jardín afuera.
El frescor y el rumor de la calle; un pedazo de cielo, y el cielo raso. Adentro el espejo, desnuda de espalda a la luz – a media luz – el reflejo y su timidez. Yo a un lado por allí, y el cancel.
Ropa sucia, sandalias, y un cojín. Tirado el cojín es un pasquín, un figurín. Desde el baño, el sándalo en vapor, y la toalla, salen de su cuerpo de trasluz. La toalla en la cabeza es un nudo, y es por donde se enreda su voz – se esconde diría yo. Lo invisible, lo cubierto de pelos, el nudo, y la toalla, van hacia el espejo. El espejo es un vapor que la esconde, o un reflejo que la ignora. Detrás del cancel todo oscurece y desaparece, es aparte de la luz, y de los ojos. El cancel aparte por allí.
La cama al lado del cancel cabe en la esquina. Mullida cama de franjas blancas, y el cojín; cuando la toalla y lo invisible surgen en mitad de la luna y de la media noche, que en forma de sueño caminan y se apresuran.
Desnuda la mano agarrada del cancel, en trasluz se toca. Se anuda el enredo de apariciones por donde sale. Parece que viniera de la calle por el olor a lluvia y pasos de charcos, pero sale del baño en vapores de sándalo, y la toalla; olor a jabón, aceites, y aromas vespertinos. Lugares lejanos, lugares de ayer por donde resbalan sus grietas de agua…
Hay humedad por aquí también en la esquina cerca del balcón, donde cabe la cama al lado del cancel. El frescor por la ventana es de gotas, de brizna. De nubes su condición, su anunciación de viento-travieso desordena todo por donde cuelgan sus hilos locos sin sujetarse.
Ella ¬¬– que de lo invisible es presa – tirita de alguna forma cuando por el espejo veo que se seca y se sacude toda. Se desliza el aceite que se derrite en la piel. Su piel derretida en vapores y olores que se esparcen. Su cuerpo, que es un cuarto de espejismos, resbala y divide en dos la acción del atardecer ya oscuro. Tragaluz del silencio que se aleja y en secreto sus ojos lo adoptan y lo moran. Nocturno de rededores oblicuos que en su espalda performa manías y danzas de inmersión, por la manera en que cae al acoplo. Que al pasar por el cancel y el espejo, se dobla a la mitad. Agachada, acurrucada tocando necia el rededor antes de la cama.
Ya no hay luz, no media luz por donde quiere pasar. Es de lo invisible su lugar otra vez, lo cual en forma de dueño la dominan y la llevan hacia la noche entera, como antes o ayer repitiendo su juego de estaciones. Su ir y venir de precauciones: salir de la cama por la luz, y regresar con la noche cada día. Compañía y cuarto de dos habitaciones, el atardecer hundido, y la luz que por ella sus ojos moran. Aun cuando dormir prefiere – no por el sueño que en secreto la deforma – pero por la manera en que el espejo resbala los colores que la noche evapora.



MUERTA LLEVA ALLÍ UNA MUERTE LA PALOMA GRÍS


Naquele instante em que o dia cai
E o sol finge brilhar pra noite
Todos esos passaros
Buscam un canto pra sonhar
E todo desejo e maior.
Djavan



Muerta lleva allí una muerte la paloma gris, que en torno a su suerte quien sabe como pudo ser dominada. ¡Oh, figura de la soledad cromática que despoja sus plumas como fiebre!

El espanto ocurre como sombra abrasando lo moribundo, la muerte sola. La esquina del abandono, donde una piedra apoderada del espacio aleatorio, es mano y obra de quien estiliza como pieza inacabada un precio que no aparece; ni tampoco merece.

Pero sólo entonces recobra vida, por última vez el dorso de su cuerpo emplumado. Por esa tarde en que se amontonan escaparates de luces apagadas. Lucenicas cenizas del fin del día, diapasado – ahora de ovales negros su cuerpo doblado.

Para asombro del mundo en que palpita el milagro de las alturas: cae bruna la incisión imaginada, la separación de lo exangüe; y del alejamiento, el olvido de lo aborrecido…

La otra vez al voltear al escombro, al zaguán desbaratado, otras palomas alborotadas se amontonaban.





TAMBOR


Teniendo la ronda su vicio, su oval junto a la ranura, y por ella la redoma:
Desaparece la coyuntura en que está la dirección contraria.
La unión contrastada, la ruptura del elemento domador.
Desaparece la parábola desgarrada, que por pertrecho o simple simulador,
suponía un arco su lanzador.

La ruta guisa del impostor, prisa la manía en particular;
sosteniendo a ese paso en vilo el redoble,
y por el mazo de un péndulo o marcador, una ambigua línea infinita…



DEJARLOS QUE MIREN


¡Dejarlos que miren, que miren! Repetía la seductora de las ansias previstas por ojos apiñados en balcones y lunetas. Lecheros angustiados de bocas entreabiertas, sacudiendo sus necedades como manos ligeras. Padeciendo de lascivia y alboroto su proximidad.

Miradas abiertas en esa postura expuesta, imaginando contornos de piel deseada los de poca tez al empalago. Breve, el insomnio de un sueño detenido por el paso de un tiempo absorto y frugal.

¡Que miren, dejarlos que miren! Y la luz rompiendo tenue, la esfera azul que se volvía línea rayada. Las piernas alargadas – itálicas figuras del enredo – y que desnudas se volvían, de entre bastidores y el calor de las charolas, la única toma.

El dorso de su mano avanzando blanca hacia el medio. Una obsesión, que lleva a la flexible cintura, ajustarse inquieta por donde se sabe, por donde habría de sangrar la luz en un contrapunto que desmejora la piel.

Todos hacia ella, con el pensamiento de una tarde inolvidable. La tarde en que se sueña de Holanda un nombre. Sola y bella, con el tiempo dividido por un sin numero de empalmes que cicatrizaron compañías tristes e infelices. Al final, todos compartían la misma importancia al ser preguntados.

Desde los balcones y lunetas hacia donde ella estaba, bajo la esfera azul en que se veía inclinada, haciéndose tenue en esas miradas tiesas; las bocas entreabiertas que no han de negar.



OCASIÓN

A la sombra de un sueño descolorido
se ha dormido la tibia tarde.
No obstante y aunque desvanecido,
– su sol sugerido – vuelve como antes,
hacia otra parte, su luz que demora.

Sueño que es pieza de cuarto
Boca de un solo sopor
Tremor de lánguidos infartos.
La tenue luz, su cierre de flor.

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