domingo, 4 de febrero de 2007

José Juan Cantúa

AQUELLOS QUE CREEN CONOCERLO TODO

1
(aquellos que creen conocerlo todo
no deberán internarse jamás
en las oficinas del régimen)

…la mujer de los aretes incandescentes
redacta memorandos en un lenguaje extraño,
para ella misma incomprensible.
Sus labios musitan una melodía subyugante
que derrama en zonas determinadas de la habitación
a intervalos regulares.
Cuando ella distrae su atención
(una milésima de segundo)
y observa cualquier objeto
este no puede ser más puro.
La mujer de los aretes incandescentes
luce un pelaje corto, suave y brillante
(suave y brillante).
Sus ojos son el límite:
nada más allá es desconocido
(una luz reverbera en la cima oscura).
Cuando ella sonríe
sus caninos son el doble filo de la aurora
(los primeros aletazos).
La mujer de los aretes incandescentes
se oculta en la región de la eficiencia
desde donde traspasa sin misericordia
los ojos de los servidores públicos…

(aquellos que creen conocerlo todo
no deberán internarse jamás
en las oficinas del régimen)

2
En un corto plazo coyuntural
terminé cultivando estadísticas para ti,
semilla oscura,
hombro de mármol, muslo amargo.
En tu jardín de fraguas multicolores,
selva de catálogos Avon,
eres mujer de pelo largo
tatuada en los portafolios oscuros
¿Por qué no atiendes mis gemidos,
memorandos sedientos, trámites ciegos,
–con la frente partida por la mitad
como los titulares de los diarios?

El café no sabe igual.
Las teclas hunden pausadamente
mi escritorio
como un estuche negro de violonchelo:
golpe tras golpe tras golpe tras.

Quizás alguna vez
tú también recordarás,
sobreseída diosa jubilada,
mis archivados labios,
el sello por triplicado de mi tacto
insobornable
y mi lengua
eternamente tú-
ya
traspa-
pelada.


FUI CAYENDO

Fui cayendo
destrozando para siempre el arco iris, las cúpulas
de Pénjamo
los cables telefónicos
dibujando no sé qué
con el rastro de humo desde mis alas rotas
fui cayendo
sin ninguna música de fondo
tropezando a raudales
sin siquiera mirar pa’rriba
sonriendo mi última sonrisa
en aquel vértigo de papalote flechado
por la profecía
fui cayendo
para consternación inaudita
de las aves de rapiña
pronosticando un ascenso
en el producto interno bruto
las caricias de mi hijo
mi mujer
hasta romper el fondo de los fondos
más allá de la fosa
como cualquier depredador en peligro de extinción
inconsolable
fui cayendo
insurrecto
destrozando para siempre el arco iris, las cúpulas
de Pénjamo
el aire que respira el mundo
para nunca gritar
basta
fui

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